Escuché muy dulce y llena de amor
                                        
                                        la divina voz de Jesús:
                                        
                                        Oh, querido hijo, yo soy tu Salvador;
                                        
                                        deja el mundo y ven hacia la luz.
                                        
                                        Renuncié al mundo, a Cristo me entregué,
                                        
                                        lo invité a mi corazón;
                                        
                                        y tan solo entonces su dulce paz gocé,
                                        
                                        pues en él hallé salvación.